"Papa Francisco, un pastor Santo", Rogelio Cabrera López

Estimados hermanos:

He recibido con tristeza la noticia del fallecimiento del Santo Padre, quien fue un gran hombre y un santo pastor, pero al mismo tiempo con esperanza, porque estoy seguro de que goza ya la vida eterna que anhelaba, y así nosotros hemos ganado un nuevo intercesor ante Dios.

Como ustedes saben, tuve la gracia de conocer al Papa Francisco desde antes de que él fuera llamado al oficio de obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal. Desde entonces, pude constatar de primera mano, su calidad humana, moral y sacerdotal, su sensibilidad espiritual, su vida austera y su claridad evangélica que también eran evidentes para todos los que lo tratamos de cerca.

Cuando tuve la oportunidad de encontrarme con él en Roma, experimenté su cercanía, su profunda humildad y bondad inagotable. Siempre me sorprendió el tiempo generoso que me regalaba en nuestras conversaciones, en las que con mucha libertad me compartía sus pensamientos y escuchaba con atención lo que le compartía. 

Por eso su muerte es especialmente significativa para mí y me toca profundamente: un gran pastor ha partido a la Casa Eterna del Padre y un amigo ha ido al encuentro de lo que tanto anhelaba.

Puedo decirlo con certeza y gratitud: he sido testigo de un hombre santo. Santo por su fe sencilla, su compasión sin límites, su valentía para reformar y su deseo de una Iglesia pobre para los pobres. Santo porque siempre le movió la virtud de la caridad en su interés por los que más sufren. Santo porque hizo del Evangelio su camino, de la misericordia su sello y de

la sinodalidad su sueño para toda la Iglesia. 

El Santo Padre, ha dejado una huella imborrable en la historia reciente de la Iglesia, y su pontificado ha sido un testimonio vivo de que el Evangelio aún puede renovarlo todo.

Les pido a todos ustedes unirse al dolor, a la oración y a la esperanza de la Iglesia universal.

Estoy convencido de que Dios, en su infinita misericordia, lo ha recibido ya en el Reino de los Cielos y desde ahí, poniéndolo en medio de todos los demás que han ocupado ese oficio, seguirá acompañando a la Iglesia como intercesor fiel. 

En medio de un mundo complejo, el Espíritu Santo nos ha regalado en él a un profeta de la misericordia, a un sembrador de esperanza y a un testigo del amor de Cristo, siendo un faro de luz para nosotros.

Que la Virgen de Guadalupe, a quien tanto quería, lo reciba en el cielo.

Rogelio Cabrera López.

Arzobispo de Monterrey.